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martes, 31 de julio de 2007
Memorias de un jointsero, 6
POR CRISTINO BOGADO, EL KAPO KURÚ Desde ke tengo uso de razón recuerdo que todos los putos 30 de julio de mi vida han fastidiado con esto del día de la amistad. Hoy que gozo de un estado cercano a la iluminación budista, de una soledad insoportable (para mí y para los otros de mi entorno) les voy a conceder el honor de ser los privilegiados lectores de esta vergonzosa confidencia (mientras las salvas de las tapitas de cerveza fiestera quiebran el tedio resakante del blue monday -popularmente conocido como luneró, lunes amargo-, mientras los grupos de amiguetes se juntan para chupar a full!). Eran los bellos días stronistas de los 80, había vuelto de mi enésimo intento de fuga, ya establecido de nuevo lamentablemente en la cotidianidad cualquiera me tuve ke arrumar un colegio ad hoc...Tenía 17 años, había perdido un curso por experientar de un sorbo enérgico y mau la vida, así que tuve que repetir año! Ingresé a un tal Colegio República de Colombia, ahí por el actual Hospital de Emergencias Médicas, zona del añaretaí llamdo "Mundo aparte". Ventajas inmediatas: era un colegio mixto, había minas!!! Pero los lunes teníamos doble canto de himno, el paraguayito y el del país epónimo! Mi neurastenia y claustrofia eran tales ke miraba la pared que me quedaba enfrente y me dolían los ojos, no lo podía sortear con la imaginación...Chicas lindas había contados con los dedos, en mi curso ninguna...Mi mala pata seguía (Hoy puedo decir que la especie femenina paraguaya ha mejorado bastante, hay más minas bellas en las calles, aún en los colegios de clase media baja y baja). Yo era un dios distanciado y culí, malcriado por las profes y las chicas, más o menos envidiado por mis condiscípulos. Casi los despreciaba en sus propias caras, nunca aparecí en esas refocilaciones populacheras donde se jaraneaba al ritmo de músicas insufribles y se agitaba el cuerpo para no asumir la conciencia de la pequeñez moral. Pensaban que yo era rico o extranjero, que no sabía falar guaraní como corresponde a un nativo culto y de preocupaciones elevadas y que nunca habia cagado en un aletrina. Porque era un sabelo todo, me memorizaba las estúpidas batallas romanas y encandilaba sus cerebros de chorlito de una manera exasperante, me adoraban...Claro, solo yo sabía que la diferencia entre ellos y yo no era precisamente de naturaleza social, económica o de otra dignidad profana sino era un asunto de esencias. Desde la más fea hasta la casi linda (horrible adverbio), todas, sin excepción, hasta la paticoja epiléptica que apenas se entendía su bisbiseo, me querían comer sin paliativos. Por supuesto, mi idealismo boludo de entonces no permitiía ningún abuso de cuerpos tan poco agraciados, ya verán como la vida me fue degradando, terminando hasta esa escenificación felliniana de la atracción del fango, de los bajos fondos más nauseabundos, copulando casi hasta con bestias peludas sin sexo definido...Pero entonces era un niño de pecho, candoroso y casi retardado, no abusaba de nadie, solo huía, huía cuando mi repugnancia me superaba.Un solo ejemplo servirá para pintar el clima de dios extranjero de visita en un país miserable que envolvía mi estadía en ese colegio: la perpetración de un acto más que de provocación de venganza contra sus mentes estrechas, sus espíritus mezquinos y contra el frekie del profe de matemáticas.
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